domingo, 21 de octubre de 2007

Llegando de la EICTV

Desde hace una semana estoy luchando con una de las capacidades que naturalmente tenemos los seres humanos, la de adaptarnos a las nuevas situaciones. Recién estoy llegando de Cuba. Estuve haciendo un curso de Guión Cinematográfico Avanzado en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Me toca despertar del sueño que fue estar cinco semanas en la escuela y quiero relatar un poco mi experiencia, mi maravillosa experiencia, para que aquellos que como a mí, les interese conocer la escuela tengan una idea:
La escuela está ubicada como a veinte minutos de un pueblo llamado San Antonio de los Baños, hay un edificio especial para talleristas (mi caso) y profesores. Del otro lado hay otro edificio donde se encuentran las aulas y donde están las habitaciones de los alumnos regulares, también allí está el Comedor, la Mediateca, el Auditorio, la Sala de Internet y el rapidito (híbrido entre Cafetín y Bar). También hay un Ranchon, lugar donde eventualmente (casi a diario) hacen fiestas los estudiantes.
Los apartamentos de estudiantes tienen dos habitaciones para compartir. Es decir, dos estudiantes por habitación, en esta oportunidad compartí habitación con Clara (la ama), Colombia, y apartamento con Julieta (Julieta Pasión), Islas Canarias. Se tiene en el apartamento lo que se necesita para estar tranquilo el tiempo del curso, nada en exceso, nada de lujos, pero mucha limpieza y buena atención de las chicas de limpieza. Por cierto que todo lo relacionado a las habitaciones debe arreglarse en un lugar que en la escuela llaman La Carpeta, me sigue causando gracia ese nombre, así como me causa gracia el de la Pizarra, donde se puede obtener cualquier tipo de información y desde donde se reciben las llamadas internacionales. Se te alegra el corazón si se escucha en los parlantes (los hay en toda la escuela) la voz de la señora de la Pizarra diciendo: “Bertha Fréitez tiene llamada en la Pizarra”, a mi no me pasó. Bueno, es que a mi me llamaban directo al teléfono del apartamento.
Hay también una lavandería disponible para todos los estudiantes y profesores, donde los precios son súper económicos. También una tiendita, que no es la tiendita que cualquier persona se pueda imaginar, pero igual uno resuelve si se le termina el shampoo, el desodorante y el tan preciado, importante, invalorable, esperado, entrañable y necesario papel higiénico. En la sala de Internet hay cuatro computadoras, la conexión es bastante lenta, mejor irse con la idea de retiro espiritual y desconexión con el mundo real, para no atormentarse con la imposibilidad de conectarse a ciertas páginas, y las caídas eventuales (tanto como las fiestas en la escuela) de la red a causa de relámpagos y torrenciales lluvias que en ésta época del año ocurren puntualmente a las seis de la tarde. Hora en que uno quisiera darse un baño en la piscina, si, hay piscina olímpica, en la que yo perfeccioné mi brazada y patada gracias a las clases de la ama (Clara), quien fue en un momento de su vida entrenadora de natación. También en la piscina se hacen fiestas, aunque por razones de seguridad, y para evitar tragedias creo que recién las tienen prohibidas. Disfruté de la piscina en las mañanas, 7:00 a.m., antes de ir al desayuno, momento en donde comenzaba a salir el sol, y me regalaba Cuba sus rosados amaneceres, y los cantos de sus pájaros.
La comida del comedor, aunque es una constante el arroz y los frijoles, es muy sana, baja en grasas y fácil de digerir. Todos los días desayunábamos tostadas con mermelada y mantequilla (habían variaciones con queso amarillo y huevo), tan hábito se me hizo que llegué a casa tostando el pan y comprando mermeladas. Para los que son vegetarianos como yo, hay opción de menú vegetariano, así que no hay de qué preocuparse.
En el auditorio todos los días presentan películas, y los sábados y domingos hacen maratones, todas las tardes de películas o cortometrajes. En la Mediateca se consiguen libros, guiones y películas en VHS. Saqué La Doble Vida de Verónica de Kieslowski, la dinámica del curso no me permitía verla, tampoco el VHS del apartamento, que se le ensuciaron los cabezales y cuando por fin creí que la vería, me invitaron, por fortuna, o por destino, a ver otra del mismo director, Azul.
El comedor tiene su horario establecido, cuando no alcanza uno a llegar tiene como opción los bocaditos que venden en el rapidito, acompañados por el café cubano que es bien regañón.
Se me olvidaba mencionar el Centro Médico, y los estudios de televisión. A los estudios no entré. Pero, mucho me ayudó el Dr. Máximo con las consultas. Suelen bajarse las defensas cuando se está en otro ambiente, pero nada de qué preocuparse si de dolor de muelas y oído se trataba como en mi caso. Hay médicos de varias especialidades disponibles para los alumnos y el primer día de clases el Dr. Máximo da una charla que vale la pena escuchar. Explica de una manera muy particular el sistema de salud cubano y advierte de una manera muy graciosa acerca del consumo de las drogas y el alcohol, finalmente se va dejándonos tres preservativos en nuestras manos.
Las clases son de 9:00 a.m. a 12:00 p.m. en la mañana y en la tarde de 2:00 p.m. a 5:00 p.m. Dependiendo del profesor se puede salir más tarde o tener un día libre para escribir como nos ocurrió con Julio César. Esta vez el curso estuvo dividido de la siguiente manera, la primera semana nos dio clases Francisco López Sacha (Cuba), quien nos enseñó el arte de narrar, la segunda y tercera semana Julio César Rójas (Chile), quien además de darnos técnicas interesantes para la construcción de guiones, diálogos y analizar películas nos dio algunos tips de cortejo que en otra ocasión podré compartir. Y finalmente, las últimas dos semanas junto a Miguel Machalsky (Argentina) trabajamos profundamente las historias que habíamos llevado (y las que habían nacido en la escuela) y dramatizamos una secuencia de nuestros guiones. Lo más importante es que todos los alumnos podían participar en la construcción de la historia y nos tocaba hacer de asesores de guión de alguno de nuestros compañeros, experiencia enriquecedora que nos hizo mejorar nuestras historias y conocer más a nuestros compañeros. Si algo lindo quiero recordar es la evolución que como grupo tuvimos, nada tenía que ver al final del curso la relación de los estudiantes que comenzaron el primer día, Clara (Colombia), Rita (México), Julieta (Islas Canarias), Mauricio (Colombia), Rodrigo (Colombia), Nicolás (Colombia), Mireya (España), Laura (España), Emily (República Dominicana), Renata (Portugal), Felipe (Chile), Rafaela (Brasil) y Victoria (Argentina). Tal y como dijo Mireya el último día, ando buscándolos en mi actualidad, en la gente de la calle veo Mireyas, Lauras, Felipes, Mauricios. Creo que si hay algo que no puedo dejar de mencionar es justamente los compañeros de clases, todo lo que se aprende de cada uno, y como uno llega a quererlos, aunque al principio a algunos los viera con recelo. Es hermosa la transformación. Donde no sólo cambia la manera de ver a los que tienes al lado, sino que cambia la forma de ver al mundo. Regresa uno a su país, después de haber tocado un poquito de montones de países, con el recuerdo de los representantes de cada país con quien uno habla, con frases, gestos, chistes, como los que contaba Mauricio con su Ollismo, y alguna moneda de otro país en el bolsillo como recuerdo de algún momento mágico vivido.
No sólo uno aprende a querer a sus compañeros, tuve la oportunidad además de conocer y compartir con alumnos del taller de montaje que se estaba dando al mismo tiempo que el nuestro, me quedará en mi memoria Mauricio (Colombia), Carolina (Chile), siempre que me veían me decían: ¡Belta, Belta!, Juan (España), que se reía cada vez que yo decía “voy a dar una nadada”, le preocupaba tremendamente el uso que hacía del castellano, Ernesto (Chile), Javier ( Barranquilla/ Colombia). También a Jesica (México) y Pedro (España). Había también en el taller de montaje un chico llamado Pablo (Colombia/Canada) a quien le decía “hermano” por lo exactamente idéntico a mi hermano Valmo. También me quedo con el recuerdo de alumnos de la escuela, Rubén (Cuba) y de Javier (Bogotá/Colombia).
Pero además de la dinámica de las clases en la semana los fines de semana también son muy aprovechables. Salen unas gua guas para los estudiantes que van a San Antonio de los Baños, 20 min. O a la Habana, 40 min., más o menos. En la Habana caminar el Malecón, comerse un helado en Coppelia, conocer los museos, comer en la Bodeguita del Medio, entrar a los mercaditos de artesanía, caminar por la calle Obispo, comprar libros en las librerías de la calle Obispo, montarse en los diferentes medios de transporte (el camello, los coco taxi, las máquinas, etc.), tomarse un mojito cubano, ir al barrio chino, son paseos que no debe uno dejar de hacer. Sobre todo hablar con los cubanos, visitar amigos cubanos, como es mi caso, que el 29 de septiembre día en que celebran la fundación de los Comités de Defensa estuve visitando en Luyanó la casa de Dorella, Reynaldo y Oleidis quienes me reciben cada vez que voy como si fuera parte de la familia. No se puede uno ir de Cuba sin compartir con su gente. Sin sentir su calor y sabor humano.
Otro paseo hermoso que no se puede perder quien pise Cuba es el de las playas de Varadero, no recuerdo haber tocado una arena más suave y fresca, más blanca. No recuerdo un mar tan cristalino, una sal tan perfectamente ligada con el agua, una marea tan arrulladora, tan liviana, un cielo azul, limpio, sin nubes, o con muy pocas, donde también el atardecer, como los que se ven en la escuela, lo dejan a uno boquiabierto disfrutando del milagro del universo, de la tierra, de la vida.
Son estos paseos, y las fiestas que por múltiples razones se hacen en la escuela (fiesta brasilera, fiesta mexicana, fiesta española, despedida de fulanito, etc.) un espacio perfecto para despejar la mente de los estudiantes, y para que los estudiantes se conozcan entre sí. Decía el profesor Julio César que él tenía la teoría de que en el segundo martes de clases habían dos relaciones amorosas entre los estudiantes del taller o entre talleristas y regulares. Y fui testigo de que su teoría es equivocada, son mucho más de dos las relaciones. Resulta ser la escuela generadora de hermosas historias de amor, de intensas historias de amor, y también de dolorosas historias de desamor. Que para bien o para mal nos recuerdan que estamos vivos. Era para mi toda una distracción escuchar en las mañanas los resultados amorosos de las fiestas del día anterior.
Se aprende guión, se aprende cine, se aprende a adaptarse a nuevas situaciones, se aprende a desprenderse de lo cotidiano, a alejarse del consumismo, a desprenderse del celular, a saborear otros sabores, a respirar otros olores, a disfrutar de un cielo cercano, de noches oscuras, llenas de estrella, aparentemente quietas y otras fugaces, a escuchar los pájaros, a escuchar el amanecer. Se aprende la cultura, los modismos, la vida, la similitud de necesidades y problemas que tenemos en común latinoamericanos y europeos. Vemos los sueños y preocupaciones nuestras reflejados en otras caras, otros acentos.
Aprendemos también a despedirnos, y a prometernos futuros encuentros. Recordaré siempre la hermosa despedida que mis compañeros de clases nos hicieron el sábado, día de regreso. La mayoría esperó que se hicieran las 4 de la mañana, hora en que Rodrigo, Mauricio, Rita y yo nos íbamos al aeropuerto. Nos ayudaron a bajar el equipaje, nos abrazamos, con abrazos fuertes, lloramos al ver nuestras caras, lloramos de saber, o de no saber si volveremos a vernos, pero entre todos nos prometíamos el reencuentro, o visitarnos en nuestros países. Es mi casa, la casa de cada uno de ellos. Porque yo ahora soy un poquito de cada uno.
Es la EICTV una necesidad para quien quiera ser cineasta.

sábado, 21 de julio de 2007

La Historia de un Campesino

Tuve el gran privilegio hace un poco más de un año, de conocer al Señor Hildemaro Ramírez, un campesino del Edo. Mérida. Recuerdo perfectamente el primer día que lo vi, y supe inmediatamente la clase de persona que es: honesto, sincero, de alma pura, mirada dulce, de una sensibilidad envidiable, con una fuerza para la lucha inagotable, una valentía para defender la vida, la justicia, como estoy segura tenían nuestros libertadores. Ojalá muchos tengan el privilegio que tuve yo, y ojalá sigamos su ejemplo de solidaridad, y gran amor a nuestro país. Hemos tenido que alejarnos, trabajabamos juntos, y teníamos una especie de grupo de conspiradores, al que él le llamaba: "laboratorio de conspiración". Lo más gracioso es que conspirabamos por el bien, y en contra del mal. Tuvo que dejar nuestro laboratorio, pero, antes de irse le pedí me contara su historia, me contara su vida, su visión de la vida. Espero la disfruten tanto como la he disfrutado yo. Que sea este un regalo que le doy al señor Hildemaro por haberme dado el placer de conocerlo, y un regalo a los que leen este blog, por leerme.

Hildemaro Ramírez


Quiero decir que primero que todo, me hace muy feliz saber que alguien quiera conocer cómo vive un campesino. Voy a empezar hablando de mi infancia, mi infancia fue muy humilde, quizás no tuve infancia. Mis padres vivían en una comunidad campesina del estado Mérida, se llamaba Quebraditas de la Trinidad, allí trabajaban como peones de hacienda, eso fue a finales de 1957. Luego se mudaron a Guayabones. Allí había una comunidad campesina llamada Lomas de Piedras perteneciente al Municipio Andrés Bello, actualmente Municipio Obispo Ramos de Lora.
El campesino tenía que irse a la selva para ganarse la vida, por eso mis papáes (así le decimos a nuestros padres los campesinos y campesinas) se trasladaron allí, querían hacer su propia finca en Lomas de Piedras, llamada así porque tenía muchas piedras. Lomas de Piedras era una selva, eran montañas vírgenes. Para poder hacer su rancho tuvieron que talar la selva y mientras construían su rancho vivíamos con mi tío en el de él, que también estaba allí.
Cuenta mi mamá que cuando tenía seis meses de nacido me subía en un canasto, un canasto es una fibra de bejuco que se corta, es una hebra, como un mecate que ellos pelaban y tejían, y lo usaban para trasladar lo que necesitaran trasladar. Se guindaba sobre la cabeza con una cinta y el canasto iba sobre la espalda, la mayoría del peso descansaba en la cabeza. Al canasto le cabían por lo menos cincuenta kilos. También a mí me llevaron en ese canasto, me llevaban cuando ellos iban a talar los árboles, mamá iba con papá para poder apoyarlo en las labores de la tala, a mí me llevaba en el canasto para tenerme cerca, y me dejaba mientras ellos trabajaban, dentro del canasto, sobre las raíces grandes de los árboles.
Mis papaes no eran los únicos campesinos que trabajaban para tener su finca y su rancho, había una colonia de campesinos, aproximadamente unas quince o veinte familias de campesinos, cada una había demarcado varias hectáreas de selva. Seis meses después mis papaes lograron construir su rancho, el techo era de palma, las paredes eran de madera amarradas con bejuco o bahareque, los pisos eran de tierra, no había nada de cemento. Las camas eran hechas con paja, se secaba la paja, y se hacían camitas de paja seca que llamábamos trojas, si conseguían cartón en el pueblo, se lo ponían encima como especie de colchón. También se usaba la esterilla, de una graminia que se llama junco. Se hacían de concha del cambur o del tallo del cambur.
Mis papaes tenían su troja. Yo dormí con ellos mientras estaba bebé, pero una vez crecí me pusieron a dormir con mis otros hermanos. Entonces dormíamos los cuatro en una troja de aproximadamente dos metros de ancho. Luego nacieron dos hermanitos más, entonces cuando estos estaban más grandes y mis papaes los sacaban de su cama, los más grandes, teníamos que irnos a dormir al piso, para dejar el espacio a los más pequeños.
Mi mamá me dice que me dio teta hasta los cinco años. La teta era mi alimento, la forma de mantenernos, porque éramos ya cuatro hermanos. También nos alimentaban con mucha carne. Papá y los otros campesinos cazaban siempre, la alimentación se basaba básicamente en la carne gracias a la caza. Se cazaban muchos animales: el paujuil (es como un pavo que tiene un copete de piedra arriba en la cabeza, los hay negros y blancos), la lapa, el venado, el picure, el cachicamo, la gallineta, y otros. Nuestra comida era carne. Mamá a veces tenía una vara, y ponía la carne en tiras, para que se conservara, la manera de conservar la carne era ahumándola, de esa manera nos duraba hasta un mes.

Luego papá hizo un conuco y empezamos a producir el cambur. Entre los compañeros del sector había mucho apoyo. Para aligerar el trabajo se realizaba lo que llamábamos el “Combite” o “La Mano Vuelta”. El Combite consistía en que se invitaban a todos los que quisieran ir a talar y se les daba el desayuno, almuerzo y cena. No cobraban nada por ese trabajo. La mano vuelta, era un trabajo parecido, tú me ayudabas a mí hoy y yo te ayudaba mañana a tí. De esa manera, ayudándose unos a otros fue como ellos lograban hacer crecer sus conucos, de esa manera hacían para que fueran productivos, la mano de obra se usaba de esa manera, pues no había dinero para pagarla, y como todos estaban interesados se unían y se apoyaban.
Eran dos horas de camino del conuco al pueblo más cercano. El cambur, que fue lo primero que empezaron a producir, se trasladaba desde el conuco, hasta ese pueblo donde un camión compraba los cambures. Para llevarlo tomaban un camino hecho por los mismos campesinos. El medio de transporte que teníamos eran los burros y la bestia caballar. Algunos no tenían los animales, pero los demás compañeros que tenían se los prestaban cuando no los estaban usando.
Recuerdo que a los cinco años me iba con papá a ayudarlo a atender los burros, que él luego iba a usar para el traslado de la producción. A esa edad empecé a trabajar en las labores del campo con mi padre. No había escuela en ese entonces.
En la comunidad nos reuníamos siempre. Nos gustaba mucho cuando venía la Semana Santa, también nos gustaba cuando venía diciembre. En Semana Santa había intercambio de comida entre los vecinos de la comunidad. Un día, todos comíamos en un rancho y al día siguiente en otro.
Hicimos un grupo de niños, siempre andábamos juntos. A mí y a mis amiguitos nos gustaban mucho esas fiestas, porque mientras los papás estaban reunidos nosotros jugábamos. Cortábamos la tora (que es como la flor del cambur que queda cuando ya la mata ha echado el fruto). A la tora, le poníamos paticas, tetas y cachos, y hacíamos la figura de una vaca. Hacíamos muchas. Finalmente hacíamos el corral con palos de madera que conseguíamos. Esto lo hacíamos en Semana Santa.
Pero en diciembre se repetía lo mismo, se hacía intercambio entre los vecinos para compartir la comida para Noche Buena y para recibir el año. Los adultos hacían la parranda, se iba un grupo de cuerdas, con violines, y los adultos bailaban. No había electricidad en la comunidad, así que la luz la hacíamos con mechurrio, usábamos kerosén como combustible y se hacía una mecha de trapo. Se armaba el plato navideño con la colaboración de todos. Unos ponían la cuajada, otros la lechosa, otros el pollo. Y así comíamos de toda la comida.
Cuando yo tenía diez años la producción seguía desarrollándose. El cambur seguía siendo la producción principal. Crearon una escuela cerca de la comunidad, bueno, como a dos horas. Comencé a estudiar el primer grado con mucho entusiasmo, pero, a los trece años papá me retiró de la escuela porque decía que yo tenía que seguir ayudándolo en las labores del campo. Yo no quería dejar la escuela, así que le pedí a la maestra que interviniera. Recuerdo que le hice una cartita, donde le pedía que hablara con papá para que él me dejara estudiar. Ella trató de hacerlo cambiar de opinión pero no lo logró. Dejé la escuela, y continué con el trabajo de la finca.
Tenía un grupo de amigos de mi edad con los que jugaba. Nos íbamos a un pozo, hacíamos dos grupos, un grupo bueno, y uno malo. Hacíamos bolas de arcilla, y hacíamos aquellos enfrentamientos de buenos contra malos. Teníamos un radio. Y oíamos una novela por radio rumbos, recuerdo que se llamaba Martín Valientes. Y quizás basada en esa novela construimos esos grupos de buenos y malos. Porque Martín Valientes era el defensor de los pobres y los desamparados. Yo estaba en el grupo bueno. Yo hacía el papel de Martín Valientes, y organizaba al grupo de los buenos. En total éramos once los niños que jugábamos, el grupo de los malos tenía más tropa, eran seis. Mi grupo cinco.

A los quince años tuve mi primera novia, ella tenía doce años y vivía en la misma aldea, se llamaba Marleni Coromoto. Nos conocíamos desde niños, sus padres eran amigos de los míos. Pero no sabían que éramos novios. Teníamos mucho cuidado de que no se dieran cuenta. Nos veíamos clandestinamente. Sus padres eran de carácter fuerte, por eso no podíamos decir nada, para prevenir represalias contra ella.
Marleni y yo teníamos nuestras señas, ella me entendía y yo a ella. Un día cuando sus padres estaban de visita en mi rancho, mientras nuestros papas tomaban y nuestras madres conversaban, nos hicimos nuestras señas sin que nuestros papás y mamás se dieran cuenta. Ella se escapo sin que la viera su papá, y nos encontramos en un lugar cerca de donde estaban ellos, nos encontramos detrás de una pared. Y con todo el miedo del adolescente cuando descubre algo nuevo, y todo el miedo que teníamos de que nos descubrieran nos dimos nuestro primero beso. Un beso autentico, puro, un beso que no copiaba ningún beso visto, no teníamos donde verlos, donde copiar algún movimiento, simplemente seguíamos nuestros instintos de humanos, de seres que se desean, de seres que se quieren.

A los diecisiete años yo seguía con mi sueño de estudiar. Así que busqué apoyo en mis amigos, hicimos todo un complot, y me revelé contra papá. Sin su consentimiento fuimos mis amigos y yo a la escuela y nos inscribimos en la escuela otra vez. Reinicio mis estudios en el pueblito más cercano, ya para la época había una carretera que había sido hecha por los gobiernos de turno. Era de tierra o granzón.
Siempre me levantaba a las siete de la mañana. Me iba a trabajar la tierra con papá. Salía del trabajo a las cinco de la tarde y llegaba a las seis y media a la escuela, que se llamaba Pedro J. Pino, y quedaba en Guayabones. Allí teníamos clases nocturnas. Me iba con mi mismo grupo de amigos. Regresaba a casa a las doce de la madrugada. Haciendo ese esfuerzo saqué en dos años el sexto grado.

A los dieciocho años me presenté al ejército, primero porque me gustaba, y luego porque mi papá peleaba mucho con mamá y con nosotros. Yo le decía que cuando tuviera dieciocho años me iba a inscribir en el ejército. Y así lo hice. Un domingo ellos se enteraron que yo me iba al ejército, el sábado anterior me había ido al pueblo para hablar con mis amigos para invitarlos para no irme solo. Conmigo eramos siete. Y repetimos el complot y nos fuimos los siete para el ejército.
Antes de irme hablé con Marleni, mi novia y le expuse que lo mejor era terminar, por lo lejos que yo iba a estar y porque no sabíamos qué nos esperaba en el camino, tanto a ella como a mí. Ella se negó pero igualmente yo le dije, le insistí en que no me esperara.

De ahí en adelante vino lo desconocido para un campesino. Yo sólo conocía el campo, a partir de allí comencé a tener experiencias de vida muy distintas a las que había vivido en mi entorno. Nos llevan de Guayabones a Mérida y nos meten en La Plaza de Toro de Mérida. Ahí nos reúnen a todos, como a mil muchachos. Una tarde llegó un militar y me llamó, y me dijo que me habían asignado para pagar servicio en la Policía Militar. Uno de mis deseos era irme a Caracas, no la conocía. Cuando oigo que es la Policia Militar, yo me lleno de esperanzas, porque creo que la Policía Militar está en Caracas. Y cuando pregunto donde queda la Policía me dicen que está en Fuerte Tiuna. Para mí esa tarde fue una de las alegrías más grandes. Porque yo quería conocer la capital y esa quizás era una forma fácil para mí.
Nos trasladan a un grupo en unos autobuses, a cada uno de mis amigos los llevan a diferentes componentes, no sabíamos a donde había ido cada uno. De ahí me trasladan y llego al CAR de la Policía Militar que estaba situado en la Av. Urdaneta en Catia, donde actualmente está la estación del metro, al lado del Retén de Catia.
A los seis meses soy trasladado al regimiento de Policía Militar con sede en Fuerte Tiuna, Batallón Abdón Calderón Nº 2. Ahí estuve durante tres meses y después fui trasladado a la Escuela Superior del Ejército, también en Fuerte Tiuna, donde se dan cursos para Mayor. Luego fui trasladado al Batallón de nuevo por tres meses más y por último fui llevado al hospital militar.
Un día nos hicieron presentar un examen, para una beca de Gran Mariscal de Ayacucho para hacer diversos cursos en España, yo había dicho que quería hacer el de Automotriz y para Soldadura Pesada. Presentamos el examen 140 personas, seleccionaron sólo a diez. Entre esos diez estuve yo. Quedé seleccionado y a los quince días me dieron un permiso para que fuera a hablar con mis padres a informales. Ellos se negaron rotundamente. Ellos me decían que “eso era muy lejos”, y que “yo me podía morir, o morirse ellos, y ya no nos íbamos a poder ver más”. Han pasado 31 años y no me he muerto todavía. Es un poco vergonzoso contar eso, pero no fui a España. Me pregunto ahora por qué no hice lo mismo que antes había hecho. Debí haber hecho el complot de antes, y de nuevo rebelarme. Apenas necesitaba quinientos bolívares para irme porque los demás trámites los hacía el ejército. Eso me desmoralizó totalmente.
El 15 de diciembre de 1978 me dieron de baja. Ese mismo día salí de Caracas, porque no me gustó Caracas. Me regresé a Mérida.

Al llegar a Mérida, Marleni, pese a que le dije que no lo hiciera me esperaba, así que volvimos a ser novios. En 1980, el 24 de febrero decidimos irnos a vivir juntos. Ella tenía 18 años y yo tenía 23. Decidimos escaparnos, yo les conté a mis padres que nos iríamos, ellos no estuvieron de acuerdo, pero sin embargo lo hicimos. Nos fuimos para casa de un amigo, y luego regresamos a casa de mis papaes. Quince días duramos fuera. Pensé que el papá de ella iba tomar represalias en contra de nosotros. Tenía informantes dentro de mi grupo de amigos. Ellos me contaban cómo estaba la situación en la casa, cuando supe que estaba más tranquila regresamos a mi casa. Mi mamá y papá nos recibieron. Al mes ella se presenta en casa de sus padres. Donde fue recibida, pero el problema era conmigo. Ellos no me querían, me querían matar. Seguimos viviendo juntos en casa de mis padres. Al año yo decidí ir a casa de Marleni y hablar con sus padres. Tenía mucho miedo, pensé que iba a haber una trifulca, pero no fue así. Su padre sólo me dijo algunas cosas de las cuales él tenía la razón. Fui a decirles que nos casábamos. Su respuesta fue, que yo no tenía que decirles nada, que eso debía haberlo hecho antes “para eso tiene una boca atravesada: ¡para que hable!”. Le di la razón, no dije nada. En vista de que no tenía más respuesta de su parte yo me retiré.

Nos casamos, al mes nace nuestro primer hijo. Años más tarde nacen los otros, entonces le dije a Marleni que averiguara cómo era el asunto para que no saliera más embarazada. Entonces ella preguntó a su doctor, y le mandaron unas pastillas.
En 1981 comencé a hacer mi casa para vivir aparte. Vivía del jornal. Me ganaba diez bolívares diarios. En ese mismo año entablé amistad con una radio que estaba ubicada en Tovar, tenían un programa sobre el trabajo campesino en las mañanas. Tenía un cultivo de lechosa que se me había enfermado, yo fui para allá con unas ramas a la estación de radio, porque pensé que habían peritos técnicos agropecuarios. Mi sorpresa esa mañana que fui es que me llevaron a un estudio y se acercó un locutor y me dijeron: ¡siéntese! Me pusieron un micrófono y me dijeron que tenía un programa en vivo. Yo pensé: “mejor era no haber venido”.
Me preguntaron que qué hacía en el campo y cómo había llegado a la radio. Con la timidez de un campesino, sin haber tenido la experiencia de estar en algún medio de comunicación, mis palabras eran muy entrecortadas. Tenía mucho miedo porque sabía que me iban a oír en la comunidad, porque la radio tenía mucha sintonía en la zona. Eran las diez de la mañana. La atención era tan gentil que después me sentí entre amigos. Y de allí establecí una buena comunicación con ellos, incluso me convertí en el corresponsal campesino de esa radio. Hacía entrevistas a los campesinos de mi pueblo con un grabador que me prestaron y les llevaba las entrevistas para que las trasmitieran.
La radio siempre iba a la comunidad a acompañarnos en la Paradura de niños en la comunidad.
Luego hicieron un programa que se llamaba “De todos para todos y triunfar con todos” que se hacía en todas las comunidades de esa zona. En esos mismos meses el doctor José Mendoza Garcés comienza un programa a la una de la tarde que hablaba sobre salud y mostraba también algunos planteamientos que la comunidad le hacía. Fui a su consultorio, en una clínica privada, porque tenía un problema a nivel personal con un vecino, y pensé que el podía orientarme. Me recibió una enfermera y me preguntó que si voy a consulta, y le digo que voy a hablar de un problema personal con el doctor. Salió un señor flaco, alto, y me dice que pase. Me manda a sentar en su escritorio, me pregunta que cuál es el motivo de mi visita, yo le explico: un vecino había puesto a tomar agua a sus animales de la misma que nosotros consumíamos, ya había hablado con él para que dejara de hacerlo pero se negó. José Mendoza me dio unas ideas que puse en práctica y el problema se me resolvió. Hablé con el prefecto y se solucionó, mi vecino hizo otro pozo aparte para sus animales.

Es allí donde surge la amistad con el doctor, José Mendoza. Un día José nos ofreció una visita, quería venir al campo donde yo vivía. Para nosotros, para mí y Marleni, fue muy difícil de entender, porque nunca se veía que un médico visitara la casa de un pobre. Mi esposa me decía que le dijera que no fuera, porque no teníamos cómo recibirlo. Pero un buen día se presentó sin previo aviso. Yo no estaba en mi casa, lo atendió mi esposa y le dejó dicho que la semana siguiente vendría, que yo estuviera allí esperándolo, y así fue.

Después de esa primera visita, tuvimos oportunidad de compartir mucho. Recuerdo que un día que vino a la casa lo llevamos de cazería un cuñado mío y yo para el monte. Cazamos una gallineta, un cachicamo y una pava. Mientras nosotros cazamos lo sentamos a él arriba de una piedra con una escopeta que le habíamos conseguido. Le dimos a él los animales cazados para que los trajera. Cuando veníamos de regreso, más fue lo que bajó rodando que caminando, pues la bajada era muy empinada. Llegó lleno de barro por todas las caídas que se dio. Nos reímos mucho, tanto en la subida como en la bajada. Subimos echándole broma como a las tres de la tarde, de cuántos animales iba a cazar. A esa hora ya le habían caído garrapatas, piojitos, iba cansado. De regreso no hubo manera, lo cargamos con los animales.

Junto a José Mendoza empezamos a hacer círculos de estudios para prepararnos políticamente e ideológicamente. Leíamos "La Rebelión de los esclavos", un libro que se llamaba "La madre", "El pensamiento vivo de Sandino", "Castro y la Religión", "Cátedra de Pío Tamayo", y otros tantos. De esas lecturas y reflexiones empezamos a tener la esperanza de que pudiéramos ayudar a cambiar al país. Nos reuníamos clandestinamente, tratando de hacer un grupo revolucionario. No nos podíamos reunir públicamente porque nos podían perseguir a nivel político.
Cuando empezamos a descubrir lo que fue la colonización, cómo fueron tratados los esclavos en Venezuela, cómo fue la ida del campesino hacia la ciudad en busca de un nivel de vida mejor en la llegada del petróleo, descubrimos que había otra manera de ver las cosas, y que quizás organizándonos en nuestro grupo y además involucrando a la comunidad, podríamos resolver las necesidades de servicios que teníamos para el momento. Como primera vivencia demostramos, que si no hay una organización política, una dirección política, no hay manera de que se den los logros en las comunidades.
El primer logro que tuvimos fue que el gobierno colocara luz eléctrica en nuestra comunidad, conseguimos arreglar la escuela, y allí empezó la lucha social que hasta ahora mantengo y que siempre mantendré.
Luego en 1989, en febrero, tomé junto a cinco campesinos el Fondo Nacional del café, solicitando el pago oportuno del arrime de la cosecha y algunos remanentes que nos debía el estado. La empresa Pacca nos recibía a nosotros el café y el Fondo Nacional del Café era quien daba el dinero para que Pacca cancelara el producto. A las diez de la mañana llegamos a la Azulita, estaba el cura terminando la misa, hicimos contacto con algunos de los jefes de la Empresa, que en ese momento estaba cerrada. El gerente de la empresa PACCA al cual yo conocía, me solicitó que no nos metiéramos con su Empresa, sino que tomáramos las acciones a seguir con el Fondo. Hicimos contactos con algunos campesinos que conseguimos en la plaza pero no nos paraban, porque no veían que tuviéramos pinta de dirigentes políticos. En vista de la situación, yo le planteo a mis amigos que el cura es la solución. Les dije: “si el cura nos presta el micrófono, en vista de que todos los campesinos están saliendo de la misa, el mensaje puede ser oído”. Uno de ellos me dice que eso es una locura, que eso no se puede hacer. Que mejor que nos regresáramos a Guayabones. Me opuse. Insistí con mi idea, me dirigí a la iglesia. Hablé con el cura, pidiéndole que nos apoyara, porque nosotros íbamos con la idea de tomar el Fondo Nacional del Café ya que en todo el país habían sido tomados por los campesinos los Fondos Nacionales del Café, nosotros nos habíamos enterado por la radio occidente.

El cura nos escuchó e hizo un llamado. Explicó que andaba un grupo de dirigentes campesinos que querían tomar el fondo. Salí a la plaza y me conseguí a uno de mis compañeros discutiendo con un trabajador de la Empresa PACCA que estaba en contra de la toma. En ese momento ya habían como diez campesinos reunidos en una esquina.
En otro ángulo de la plaza, traté de conseguir apoyo de más campesinos pero no lo logré, uno de ellos me dice esta frase que fue clave para el evento mirándome de arriba a abajo: “¿y usted ni una carpeta carga?”, eso me molestó, pero a su vez me dio una idea hábil. Me dirigí a donde estaba uno de mis amigos que tiene un bolso, dentro había un sobre de Manila y un periódico. Tomé el sobre y me subí arriba de una banca de la plaza y empecé a hablar. Eso llamó la atención de los presentes en la plaza, a los pocos segundos ya había alrededor mío un aproximado de cincuenta personas. Empezaron a gritar improperios en contra del gobierno de ese momento, acusando de ladrones a los de la PACCA y a los del Fondo Nacional del Café.
Ahí se encendió la mecha, les dije que el que estuviera de acuerdo con la toma me siguiera y me bajé de la banca. Mis cinco amigos me decían preocupados que cómo íbamos a resolver el problema. El Fondo estaba cerrado y teníamos a la gente alterada, molesta. Me dirigí al fondo y me subí arriba de un camión que estaba parado, pregunté que quién tenía carro y si alguien sabía donde vivía el que tiene la llave del Fondo. Cuatro de los presentes tenían una Toyota cada uno y sabían donde vivía el que tenía las llaves.
Salimos en caravana como a cuatro kilómetros de la Azulita. Mientras mis amigos se quedaron con los demás frente al Fondo. Algunos planteaban buscar seguetas para cortar los candados. Yo les plantee que no debíamos hacer ningún tipo de acción violenta. Y dejé a mis amigos en frente a ese portón, para asegurarme que no fuera a ocurrir nada que nos perjudicara. Eso fue aproximadamente a la una de la tarde.
A las cuatro de la tarde regresamos con el señor, cuando llegamos a su casa el se opuso a venir, pero lo persuadimos diciéndole que era una solución para calmar a los campesinos. Llegamos y abrimos el Fondo, y nos instalamos.
Estuvimos un mes instalados durmiendo dentro del Fondo, la PACCA había ofrecido una comida que nos dieron los primeros días, luego fue suspendida, porque en una asamblea que tuvimos nos plantearon que no podíamos seguir recibiendo comida de la PACCA porque estábamos como comprados. Y nos solicitaron ponerle punta de soldadura a todas las puertas de la Empresa PACCA previendo que no se perdiera ningún archivo de las irregularidades que había en la PACCA. Aprobé esa propuesta, diciendo que buscaran un soldador. Inmediatamente llegaron con el soldador y empezaron a poner puntos de soldadura a todos los puntos de la empresa. Nos suspendieron la comida. Los pobladores de la Azulita nos dijeron que ellos se hacían responsables de todo lo necesario de alimentación para mantenernos allá.
Nos traían del campo la comida preparada, nos traían quesos, frutas. Tuvimos apoyo del comercio, tuvimos apoyo de la iglesia, tuvimos apoyo de la población en general de la Azulita y también de radio occidente que estuvo con nosotros en esos eventos.
Luego organizamos un viaje a Caracas para exigirle al Fondo Nacional del Café, y al Ministerio de Agricultura y Cría, el pago de todas las cosechas y remanentes que nos debían. Llegamos al edificio José María Vargas en Caracas como quinientos campesinos de diferentes partes del país, estuvimos dos días, logramos hablar con Diana Pérez, Viceministra de Agricultura y Cría y con Diputados del Congreso Nacional. Firmamos unos acuerdos y en esa misma semana llegaron parte de los pagos que habíamos exigido. Nos manteníamos entonces en el Fondo presionando para lograr todos nuestros objetivos.

Luego el 27 de febrero es el toque de queda y el primero de marzo tuvimos que abandonar el Fondo porque me llamó el presidente de la PACCA para decirnos que si no abandonábamos el Fondo nos sacarían con la fuerza pública.
El primero de marzo nos retiramos en vista de que no teníamos garantías constitucionales. Con el tiempo y poco a poco, fuimos logrando el resto de las solicitudes que habíamos exigido se nos atendieran.

Abandono el campo porque no tengo donde sembrar, sembraba en la misma finca de mi papá. Una vez mi papá vende la finca yo quedo desempleado, un campesino sin tierra, con tres muchachos, una esposa, y sin trabajo.
En 1991 me veo obligado a emigrar, me dirijo a la ciudad, me voy al Vigía, y ahí me instalo con lo poco que saque de las pertenencias que vendí. Compro una casita por cincuenta mil bolívares y me dedico a trabajar en las construcciones, y trabajos a destajo.
La situación se me complica, decido el 14 de marzo de 1996, viajar a la isla de Margarita en busca de trabajo en ese lugar. Mi esposa e hijos se quedaron en el Vigía. Llego a la isla y consigo trabajo como jardinero. Y a los ocho meses traslado a mi familia para la isla. Mi esposa consigue trabajo de ayudante de cocina y nos dieron casa para vivir.
Volvimos a Mérida en el 2004 pues aún teníamos la casa allá y había peligro de que nos la quitaran. Ya que en la isla había bajado el empleo por el golpe de estado.
Paso dos años y sigo desempleado en Mérida. Allí es cuando consigo cómo comunicarme con el doctor José Mendoza Garcéz. El me dijo que me viniera al Ministerio de Salud, para apoyarlo en el trabajo con las comunidades de Caracas en Proyecto Madre, por la experiencia que yo tenía con el trabajo comunitario.
En este nuevo trabajo fue una nueva experiencia pues las comunidades de Caracas son muy distintas a las comunidades campesinas, por lo tanto el trabajo debía ser otro. Las comunidades campesinas son más dadas para entender la organización, tal vez por lo menos complejas; las comunidades de Caracas en cambio, son más cerradas a entender que tienen que organizarse. Sin embargo, rápidamente me adapté a la nueva dinámica social.
El trabajo de oficina también fue otra experiencia, es un salto de 180º porque una de mis primeras grandes dificultades es que me vi obligado a usar una computadora y no sabía hacerlo. Ha sido una limitación por el nivel de estudio que yo tengo, pero he tenido muchas ventajas porque a nivel de los compañeros de trabajo he aprendido a manejar lo básico de las computadoras. Por lo menos ahora sé qué es un ratón, que yo no sabía cómo era eso ni cómo se llamaba. Que ya en la actualidad tengo mi computadora, que no la sé manejar pero ya sabré cómo manejarla. Ojalá que a muchos campesinos se les dé este espacio en estos lugares, no para que pierdan su identidad, sino para que conozcan otra historia, y descubran cómo es este mundo interno, cómo se trabaja en los ministerios, donde a veces se consigue personas solidarias, pero otras veces personas muy apáticas, personas que no quieren trabajar. Donde los intereses son quince y último en su mayoría, que hay envidias, personas que ponen sus zancadillas para que otras no avancen y logren un trabajo dirigido al servicio de las comunidades, esas cosas se consiguen en estos ministerios, es esa una de las razones por las que ahora me traslado a Margarita, porque no quiero ser un parasito que parasite en este Ministerio cobrando sin trabajar. Yo creo que la solución está en la parte gerencial, debe haber desde el Ministro, hasta el más bajo nivel, autoridad y autonomía, donde los lineamientos se den a cabalidad a todos los niveles de todo el personal que aquí labora, porque esa es la manera de cambiar el modelo burocrático que han vivido y que siguen aún viviendo todos los ministerios.

Otra de las ventajas que logré de ir a Caracas es que retomé de nuevo mis estudios, apenas llegué me inscribí en la Misión Rivas, estudie en la Parroquia Catedral, terminé mi bachillerato. En enero de este año 2007 me inscribí en la Misión Sucre, en la carrera de Gestión Social y Desarrollo Local. Escogí esa carrera primero porque tiene que ver con mi trabajo, al menos con el trabajo que estaba haciendo en Proyecto Madre, que era un apoyo muy cercano a todas las comunidades. La otra razón de yo querer trabajar en lo social es porque me siento identificado por haber venido de ese mismo estrato. También me gustaría estudiar Comunicación Social, me gustaría ser Periodista, también siempre con el mismo objetivo. Creo que siendo periodista puedo apoyar a mis comunidades, podría ayudar a mi clase en la denuncia de sus problemas.

La visión que yo tenía antes de todos mis conocimientos de lo social y lo político es muy distinta a la que tengo ahora. Cuando estaba en el ejército no tenía planes para el futuro, todo era improvisado. Una vez comencé a tener información y conocimientos de la política, de la sociedad, a entender las razones por las que mi clase vivía de esa manera, empecé a ver un horizonte de un cambio social estructural del país, empecé a tener una visión del futuro a nivel del país, ni siquiera a nivel propio. Con una visión de tener una vida justa y digna para toda aquella persona que sea obrera, campesina. Para todos los más excluidos. A mi me llegó, he tenido el chance de dejar de ser excluido, ya al entrar a un Ministerio, siento que dejé de ser excluido.

Treinta años viví en el campo, treinta años viví esa experiencia de ser campesino, el cuál es muy mal visto. El campesino es una clase condenada. Condenada a no recibir del Estado ningún apoyo, a no tener crédito, a tener que luchar fuerte para lograr los servicios públicos, a no tener ambulatorios, a tener que caminar tres o cuatro horas para conseguir la fuente de recursos para su subsistencia. Es una clase que es despreciada por el que tiene dinero, porque no sabe hablar bien, porque su nivel educativo es pobre, pero el campesino es el que produce, es el que da la comida, es el que se pone de espaldas de sol a sol, para sembrar, para cosechar y para llevar esa producción al mercado. Algunos creerán que es obra de Dios, que llegó solo, que eso no tiene ningún costo. Por eso yo, estaré siempre en defensa de esa clase, porque de ahí vengo. Y donde vaya, sean los mejores y más connotados escenarios que yo pise, diré que soy campesino. Para mí es un orgullo decirlo, y para mí es ofensa cuando oigo hablar mal de un campesino porque ese es mi hermano. Ese es el que sufre, es el que se trasnocha y da la vida por lograr una vida justa.

Ahora tengo planes y visión para el futuro, para el futuro de mi país, de mis comunidades, de mis campesinos. Mi objetivo es seguir trabajando, para que se den los cambios necesarios en el país, en cualquier lugar que yo esté. Que las personas tengan viviendas justas, dignas, si yo la tengo que la tengan los demás, que tengan trabajo, que tengan estudios, que estudien, que haya salud, que se le de los conocimientos necesarios para que cada persona aprenda en su lugar cómo prevenir enfermedades, cómo tener salud, que tengan todos los servicios esenciales para la vida, ahí estaremos construyendo lo que un día pensamos que era posible. Y que seguimos pensando que es posible.
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viernes, 9 de marzo de 2007

Mi niño muñiño


Hace días tenía la necesidad de sentarme aquí, frente a mi computadora, que es como sentarme frente a mi corazón a escribir acerca de mi niño muñiño, de mi mucha, de mi pelu. No sé si logre terminar, porque aún no empiezo y ya las lágrimas en mis ojos me impiden ver claramente las letras en la pantalla, sin embargo sigo, como sigue uno ante los dolores de la vida, como sigue uno después de las despedidas, después de los finales, después de las muertes. Y no es que uno siga porque quiere, o porque ya no le importe, simplemente se sigue porque no se tiene otra opción, porque “así es la vida”, “así es la muerte”.
Dicen que la mejor manera de recordar a nuestros seres queridos que se van es con alegría, recordando los momentos de felicidad. Hoy además de drenar mi dolor quiero hacer eso por mi mucha, dejar en estas líneas esos momentos de felicidad que me dio mientras estuvo conmigo, esos momentos en que formó parte de mi vida, de mi casa, mi niñez, mi adolescencia, mi adultez.
Recuerdo que desde muy niña deseaba con todas mis fuerzas tenerla, y se lo pedía a mi mamá, “déjame tenerla”, no sabía que era ella quien estaría conmigo, pero yo desde niña la reclamaba, y lloraba cuando mi madre me la negaba.
Tenía once años la primera vez que la vi, ella apenas tenía dos meses de nacida, era hermosa, catirita, juguetona, arisca, brincona. No soporte las ganas de acercarme y tocarla, aún recuerdo esa sensación de su pelo de bebé, suave, rizado, que se quedaba en mis manos y en las de cualquiera que se le acercara. Dejaba su pelusa por donde quiera que corría, en ese entonces lo que me sorprendía de ella eran sus pelitos saltones y suaves como algodón y tal vez por su mirada indiferente en ese primer encuentro no logré ver lo más bello que tenía, lo que siempre recordaré con un amor incalculable, esos ojitos color miel que siempre supieron hacerme saber lo que sentía y quería ese pequeño ser a mi cargo.
Poco tiempo después por su comportamiento infantil, era lógico, era una niña, sus padres no la quisieron más, y un día mientras yo jugaba a cazar saltamontes en la tierra su madre me pregunto: “¿te gustaría quedarte con pelusa?”. Yo no podía creer semejante pregunta, tal vez para un adulto sea difícil entender lo que para una niña de 11 años significa esa pregunta. Con mi voz anudada apenas pude decir: “tengo que pedir permiso”. Salí corriendo, subí hasta el segundo piso (vivía en un edificio) y comenzó mi tarea, la parte que me tocaba. Ya la vida había hecho suficiente ofreciéndomela, quedaba de mi parte ganármela. La tarea fue dura, pero salí triunfadora y con la promesa de cuidarla, bañarla semanalmente, sacarla a hacer pipi todos los días, y hacerme responsable de ella, logré tenerla en casa.
Los primeros días fueron dolorosos para las dos, ella, acostumbrada a su antiguo hogar lloraba toda la noche desconsolada, yo, loca por darle todo mi amor sufría de ver que no quería estar conmigo. Poco a poco y a medida que yo la alimentaba, jugaba con ella, la sacaba a pasear, la acariciaba, fue descubriendo en mi la confianza, el amor, la alegría, y esa mirada que en su primer encuentro fuera indiferente comenzó a unirse a mi, esos ojitos comenzaron a mirarme con amor, siempre, siempre con amor, aunque algún día ella se portara mal y yo la regañara ella siempre, siempre me miraba con amor, con ese amor incondicional.
En esos años mi mamá, hermano y yo vivíamos en Valera. Entonces viajábamos semanalmente a Barquisimeto para ver a mi papá. La pobre como era chica no toleraba las curvas y terminaba vomitando en cada viaje. Afortunadamente ella se sentaba en el espacio ese, por encima del asiento de atrás como si fuera su lugar, de hecho, se apropio de el, y cada vez que salíamos, ella brincaba al asiento y de un salto se metía en ese espacio donde cabía perfecta y cómodamente. Y en sus momentos de mareo se nos hacía fácil limpiarla si acaso no nos daba tiempo de pararnos y bajarla.
Recuerdo que comenzaba a hacer un ruido característico, como si estuviera atorada con algo y quisiera escupirlo, entonces sabíamos que venía el momento de sacar los periódicos y auxiliarla. En Valera la sacaba a pasear todos los días, antes nunca salía del apartamento, y no conocía a nadie, además era muy penosa y de alguna manera me costaba hacer amigos. Después de ella, toda la urbanización me conocía, su belleza era encantadora, todos sabían quien era pelusa, y por lo tanto, quien era su dueña. Para entonces no sabía muy bien donde debía orinar, aunque orinaba en el apartamento ella sabía que el piso del balcón era para ella. Una vez en Barquisimeto aprendió que el sitio para ella era la tierra de las áreas que rodeaban el edificio.
Siempre sabía como expresar sus necesidades, y siempre entendía mis palabras. Quisiera poder expresar en estas líneas ese sonido que emitía cuando quería salir a pasear, siempre era el mismo, era su lenguaje, y todos en casa se lo entendíamos, era algo así como ¡ujm ujm ujm ujmmmmm ujm!. Así como ella entendía cuando yo le decía: “¡pelu vamos a bañanos!”, “¡vamos pa abajo!”, “¡sacúdase!” (después de bañarla yo se lo decía), “¡vamos pa arriba!”. La pregunta acusadora: “¿qué hiciste pelusa?”, cuando hacía alguna travesura, “¡toca la puerta!”, “¡Bájese de la cama!”, “¡Súbete mucha!”. “¡No salga de aquí que está castigada!”.
Hasta que tuvo 6 años durmió siempre conmigo, luego nació mi hermanita y las cosas tuvieron que cambiar un poco, pero yo conocía siempre el estado de su cuerpo, le descubría las garrapatas, alguna vez descubrí una en mi cabeza y mi mamá una en el pequeño pene de mi hermano (era normal que fuera pequeño, tenía once años). Sabía cuando alguna espinita proveniente del monte productos de nuestros paseos diarios se le había clavado en alguno de sus piecitos o en cualquier parte de su cuerpo rosadito. Si, era tan catirita, todo su cuerpo era rosadito, suave y rosadito, tan delicadito, parecía una princesita, sus orejitas eran tan finas, tan vulnerables, y sólo allí debajo de sus orejitas mantuvo durante mucho tiempo sus pelitos de bebe, rizados y muy finos (también allí las malvadas garrapatas lograban sus mejores banquetes). En el resto de su cuerpo su cabello cambió, se hizo más grueso pero se mantuvo suave, sedoso, abundante y sobretodo presente en toda la casa, en toda la ropa, y muchas veces, en toda la comida. La casa estaba invadida de ella, su presencia estaba en toda la casa, y nuestra ropa siempre tenía la marca de su existencia, si mis pantalones eran negros era mucho más evidente, y cualquiera que entrara en casa salía marcado por pelusa. Recuerdo que cuando recién se vino conmigo su nombre me parecía un poco común y hasta pensé en cambiárselo, días después entendí que su nombre era ella, que ella era su nombre, yo no podría cambiarlo.
Era divino amanecer con ella, era tan consentida, que incluso ponía su cabecita sobre la almohada, y a veces, cuando estaba sola, se montaba en la cama y como una niña tomaba con sus patitas delanteras la punta de la sábana, se la ponía entre la boca y chupaba. Yo decía que chupaba trapito, como lo hacía yo hasta que tuve quince. La regañábamos cuando lo hacía pero nos parecía una ternura. Pero lo que no nos parecieron una ternura fueron sus travesuras de infante. La peor de todas fue masticar hasta destruir el control del televisor, y comerse sin piedad los zapatos de conciertos de mi papá. Ese día fue el único en que fue severamente castigada, pero, más le dolió el castigo a mi papá.
Estoy segura de que pelu sabía lo que era tener sentimiento de culpa. Siempre que se vomitaba las camas, se revolcaba en mortecina, hacía pupu donde no debía yo la castigaba dejándola unos minutos en el lavadero. Una vez, la encontré en el lavadero aparentemente sin razón, busqué en la casa y encontré la travesura, no lo podía creer, ella sabía que había echo mal y por si misma tomo su castigo, se auto castigó. Apenas me di cuenta la libere. Su cara, sus ojos, los movimientos de su colita en esos momentos de angustia de ella por haber echo mal no voy a olvidarlos jamás.
No sólo me dio lindos amaneceres, al principio la sacaba a pasear cada vez que me lo pedía, luego tuve que dejar sus salidas para las noches, cuando llegaba de la Universidad. Fielmente Salíamos a pasear, recorríamos el edificio, yo la seguía y cuidaba que no se comiera alguna cosa inadecuada, además la cuidaba de los chicos que por lo linda que era siempre la buscaban.
Fueron miles los cielos que vi con ella, las estrellas fugaces, las noches frías, las noches calientes, las noches tristes, las más alegres, todas, estuvieron dentro de esos recorridos diarios que por más de 17 años hicimos juntas. A veces ella se separaba de mi, a veces le gustaba sentirse independiente, pero otras, cuando yo me detenía a conversar con algún vecino se devolvía y me reclamaba con sus ladridos. Me decía:”¡hey estás paseando conmigo, no te quedes!”. Yo lo entendía. Como logré entender todo, cuando lloraba de miedo, cuando lloraba de dolor, cuando ladraba de miedo, cuando ladraba de rabia, cuando ladraba de alegría porque encontraba a mi hermano o papá cuando jugaban las escondidas con ella, cuando ladraba para hacer creer a los otros que era una niña brava.
Así como yo la entendía ella nos entendía a nosotros, cuando le decía que nos bañáramos me rogaba que no lo hiciera, que no la bañara, pero una vez terminábamos el baño salía corriendo del baño y me pedía que la sacara a pasear, tenía que hacerlo porque siempre le daban ganas de hacer pipi después del baño. Luego, a causa de mis ocupaciones de adulta fueron reduciéndose las veces en que la sacaba no solo en el día sino en la semana, entonces ella decidió usar el baño así como nosotros lo hacíamos para nuestras necesidades, ella lo descubrió sola. Y allí se relajaba cuando yo o mi hermano no la sacábamos.
En las mañanas nos despertaba a fuerza de besitos con su lenguita finita y rosadita, era tan dulce, también me llegó a dar muchos besos cuando yo me encerraba triste en mi cuarto por alguna razón adolescente, o por alguna razón femenina. Siempre me consolaba, estoy segura de que sentía mi tristeza, estoy segura. También me acompañaba fielmente mientras tocaba mi chelo por horas en mi cuarto.
Era juguetona, siempre fue una niña feliz, a veces, en vez de ir con ella a pasear la dejaba ir sola, y un rato después la llamaba con un silbido que ella reconocía. Donde fuera que estuviera al escuchar mi silbido, se quedaba como paralizada, levantaba sus orejitas y venía corriendo hasta la casa, tocaba la puerta con sus patitas y yo le abría. Alguna vez también se escapó fuera del edificio, pero yo salía y la encontraba.
Una vez paseando con mi papá un carro casi la atropella, afortunadamente sólo le quito una vértebra de su colita, pero la cantidad de sangre que derramó me asusto tanto que no tuve ni fuerzas para llevarla al doctor, pensé que estaba rota por dentro. Mis padres la llevaron. Yo temía que muriera en mis manos.
Recordaré su aliento, cuando jadeaba después de sus recorridos, cuando jadeaba después de sus juegos, cuando nos pedía comida por debajo de la mesa. Siempre se lo permitimos, siempre le lanzamos comida, siempre la compartimos con ella. Se volvía como loca cuando comprábamos pollo, y le fascinaba el queso, se los tragaba enteros, y los agarraba en el aire. Mi papá siempre jugaba con ella, le hacía la finta de que le lanzaba comida, y ella, tan inocente, se quedaba viendo al infinito esperando que cayera la comida que mi padre nunca había lanzado, mi papá disfrutaba de verla estática esperando el momento de la caída y entonces lanzaba la comida. Era una niña, desde esos tres meses en que entró a nuestras vidas, y hasta esos 18 años que tuvo de vida, era una niña, mi niña.

Pocas veces la sacamos a pasear, una vez a las lomas de Cubiro, otras un domingo a caminar en familia. Cuando fuimos a las lomas corría con una felicidad inimaginable, se sentía libre, disfrutaba del aire en su carita, le encantaba correr en la tierra, y acercarse a los caballos, ese día mientras descansábamos en la grama se acercó corriendo y quiso hacerle una finta a mi papá y sin querer le clavó uno de sus colmillos en la frente.
Hubo un tiempo, cuando en mi casa había colmenas, en que pelu sacaba su cabecita por uno de los huequitos, cada vez que mi tía tocaba la corneta, o cada vez que sentía el sonido del motor de los carros de mi casa al cruzar. También se asomaba cuando escuchaba a algún o a algunos colegas ladrar.
Tuvo dos partos, aunque siguió siendo una niña tuvo dos partos, en cada uno 8 pequeños. La ayudé en ambos, sobretodo en el primero, que de alguna manera fue el deseado, tengo que reconocer que no celebré mucho su segundo embarazo, no sólo porque no fue planificado, y el padre no era muy responsable que se diga, sino que ya sabíamos lo que significaba 8 rabitos más en la casa. Sin embargo los cuidamos, aunque en la segunda oportunidad fue mi madre quien atendió más a los pequeños. En ambos casos los regalamos a todos pese a la recomendación del doctor de que nos quedáramos con uno. El, el Doctor Dorante, siempre nos hacía buenas recomendaciones, y siempre la cuidó desde que tenía meses. Todo el vecindario se enteraba cuando la pelu venía a consulta, sobretodo sus compañeros en otras casas. El doctor la escuchaba ladrar a un par de cuadras y comenzaba a preparar el consultorio para su llegada, guardaba a sus niños y niñas, y también al loro, que tenía un odio obsesivo por las niñas catiritas como mi pelu.
Siempre lucía joven, el doctor siempre decía que parecía de diez cuando ya tenía 13. Tal vez a sus 17 vimos los años reflejarse en sus actitudes, en su cuerpesito, que ya no respondía igual, que ya no tenía mucha fuerza. Creo que mi pelu sabía el terror que yo le tenía a su partida, y sobretodo a tener que decidir por su vida, tal vez por eso decidió simplemente un día no despertar, como le pedí que se fuera, así se lo pedí, y ella hasta el final por su amor incondicional me complació.
Y aunque con ella se nos haya ido un pedacito de la vida que hemos vivido, como dijo mi papá, y aunque lloré, y lloraré siempre su partida, sé que está al lado de esa mata de aguacates en esa colina de las Delicias cercana a las lomas de Cubiro, que siempre podré tocarla nuevamente, que siempre podré ver sus ojitos pedirme y decirme cosas, que siempre escucharé sus ladridos y sentiré los latidos de su corazoncito cuando estaba asustaba, sé que recordaré sus besitos de amor, el peso de su cuerpesito cuando la cargaba para llevarla a casa, o montarla en la mesa del doctor, sus rasguños en mis piernas, sentiré su aliento respirando bajo la mesa, esos sonidos agudos que hacía cuando se quedaba encerrada en un cuarto o en el baño, sé que recorreré su cuerpito rosadito de cabellos largos color crema con mis manos para acariciarla, sus tetitas rosaditas, sus patitas blancas, sus uñitas muchas veces largas por mi descuido, su naricita fría y húmeda, su cabecita, su pelito suave, su colita moverse de alegría o de culpa, se que sentiré el olor de su pelo recién lavado, y veré sus ojos cerraditos mientras duerme, se que veré sus pátitas moverse desesperadamente cuando tiene pesadillas, sé que volveré a besarla dulcemente en su jociquito, sé que será así porque la tendré en mi recuerdo, y cada vez que quiera la llamaré, la silbaré, o le diré ¡mucha! y ella como antes, dejará de correr por esa colina y levantará con atención sus orejitas y vendrá corriendo hacia mi, como siempre hizo, como siempre ha hecho, y como siempre lo hará en mi recuerdo, mi pelu, mi mucha, mi niño muñiño.

La alegría de Ser

"Si no hay alegría, fluidez o ligereza en lo que haces, eso no significa necesariamente que tengas que cambiar lo que haces. A veces basta con cambiar la manera de hacerlo. El "cómo" siempre es más importante que el "qué". Trata de conceder mucha más atención a lo que haces que al resultado que esperas obtener. Concede toda tu atención a lo que el momento te presente. Esto implica aceptar plenamente lo que es, porque no puedes conceder toda tu atención a algo y al mismo tiempo resistirte a ello...".

El Poder del Ahora. Eckhart Tolle.