domingo, 13 de abril de 2008

Recordando a mi chelo...

Durante más de siete años de mi vida me dediqué a estudiar violonchelo, y más de diez años a estudiar la música. Recuerdo que estaba en primer grado cuando mi papá me llevo por primera vez a las clases de música, creo que en la casa donde estaban un par de viejitas, una de ellas Doraliza, si mal no recuerdo, tal vez, no sea así. Luego, la dejé, no recuerdo por qué. Pero, a los diez años, viviendo en Valera volvieron a inscribirme en la música. Estudiaba entonces en la Escuela de música que queda en las Acacias, justo ahora, tampoco recuerdo cómo se llama. Al mismo tiempo estudiaba piano. Pero, no tenía el instrumento. Tocaba en casa de algunas amigas de mi mamá, que tenían el piano como adorno en la sala, muchas veces, seguramente por el desuso, los encontré desafinados. Otras veces, cuando esos pianos no estaban dispobibles, practicaba en una hoja de papel blanco, a la que mi profesora le había dibujado las teclas. Y ahí, imaginando los sonidos, practicaba solita en casa todas las tardes.
Mis padres tenían la intención de comprarme el piano, pero siempre hubo algo que hizo que el dinero fuera a parar en algún otro lado. Entonces un día, mi mamá y mi papá me propusieron cambiar de instrumento. Apenas había estudiado un año, y había dado mi primer concierto de pianista principiante, cuando mi papá, que es violonchelista, decidió comprarse otro violoncello, mejor que el que tenía. Entonces me dijeron, como él se va a comprar otro cello, puedes quedarte tú con el que tiene ahora. Así puedes estudiar, y tienes instrumento.
No me pareció mala la idea, después del piano, el que más me gustaba era el violoncello. El comienzo fue difícil, pues en el piano, puede que uno se equivoque en el ritmo, peles una tecla, pero nunca sonará desafinado a menos que el piano esté desafinado. No pasa lo mismo con el violonchelo. Tiene uno que pasar años, antes de que como dicen, verle el queso a la tostada. Practicar muchas escalas, arpegios, dobles cuerdas, posiciones, estudios, etc, antes de que empiece a sonar medianamente aceptable. Pero, me adapté rápidamente, y más rápidamente me enamoré del instrumento. Mi primer profesor fue mi papá, Valmore Fréitez. Vi clases con él creo que cuatro o cinco años. Era muy exigente conmigo, más que con sus otros alumnos. Pero, me dio toda la base necesaria para comenzar. Después, él mismo me propuso ver clases con Cruz Taylor Almao, uno de sus alumnos a quien el tenía especial afecto. Cruz Taylor estaba actualmente viendo clases con una cellista cubana, llamada Ana Ruth Bermúdez. A mi papá le parecía favorable para mí el cambio. Entonces comencé las clases con Cruz Taylor, pero eran clases particulares en el apartamento donde vivía en Barquisimeto. Taylor era del tocuyo, y viajaba a Caracas a recibir clases con Ana Ruth cada semana, o cada quince días.
Unos meses después, hice el exámen en el conservatorio para ver clases con Ana Ruth, entonces empecé a viajar yo también a Caracas, en principio acompañada por Cruz Taylor, luego él se vino a Caracas, y yo tuve que empezar a viajar solita.
En esos mismos tiempos, comencé mi universidad. Ana Ruth también era muy exigente, la universidad, los calculos, eran muy exigentes. Empecé a dividir mi tiempo entre la universidad y el violonchelo, pero, por más que me dedicaba a ambos, sentía, ojo, sentía, que no daba suficiente. La universidad me ocupaba casi todo el día, y cuando no estaba asistiendo a clases, debía reunirme con compañeras para estudiar. El tiempo restante era para mi cello, y necesidades básicas. Me exigía mucho de mi misma, nunca estaba conforme con como sonaba mi chelo, quería tocar muy bien, y soñaba con ser una chelista muy buena, concertista preferiblemente. Esos sueños fueron perdiendo fuerza, pues empecé a salir mal en la universidad y tuve que dedicarle más tiempo. Entonces, al sentir que debía dedicar más a uno que a otro, pasó por mi mente la idea de elegir, sentía, ojo digo de nuevo, que no podía con ambas cosas. Y elegí. Decidí que o era una cosa, o era otra. Dejé a mi primer amor, mi violonchelo, encerrado en su estuche, callado, y llenándose de polvo. También en ese estuche dejé una parte de mí que todavía no muere, que es el amor por la música, el aliento de mi alma.
Siempre he dicho que no vale la pena arrepentirse, que no debe vivir uno diciendo lo que hubiera sido y no fue, se pierde tiempo en esa actitud. Pero, creo que uno debe elegir en la vida por lo que quiere. Creo que he debido elegir la música. Sin embargo, elegí la informática, y hoy estoy formándome como escritora y guionista. Soy quien soy por las elecciones que hice en el pasado. Y seré por las que tome hoy día. Así que, dentro de unas horas me sentaré a reencontrarme con mi violoncello, para disfrutar ya que estoy viva, de lo que tanto me gusta. Y en el mientras tanto, dejo este you tube de mi profesora Ana Ruth Bermúdez, que me encontré ayer, mientras dedicaba horas del día al ocio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Bertha.

Es interesante lo que escribes sobre tu vida.

Tengo en común contigo. No pocas veces he cambiado de dirección mi vocación, digamos así. Pero lo que más quiero en la vida, por ahora, es regresar a mis estudios universitarios. Sólo que ahora lo necesito con más fuerza.

¿Conoces el Perú? Responde por favor.

César Ignacio, LÍDER DE LA PARTIDA.

La alegría de Ser

"Si no hay alegría, fluidez o ligereza en lo que haces, eso no significa necesariamente que tengas que cambiar lo que haces. A veces basta con cambiar la manera de hacerlo. El "cómo" siempre es más importante que el "qué". Trata de conceder mucha más atención a lo que haces que al resultado que esperas obtener. Concede toda tu atención a lo que el momento te presente. Esto implica aceptar plenamente lo que es, porque no puedes conceder toda tu atención a algo y al mismo tiempo resistirte a ello...".

El Poder del Ahora. Eckhart Tolle.